UNA HISTORIA DE MI ARAUCA.
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Doña Matilde Parada falleció el día 23 de Julio de 1974 a eso de las tres de la madrugada, víctima de las anomalías que produce el guarapo, bebida de origen indígena, compuesta de Jugo de caña de azúcar y maíz molido, la cual se fermenta en moyo de barro, te emborracha refrescante y deliciosa, pero envenena cuando se consume diariamente y por largos periodos de tiempo, el cuerpo empieza a asimilar agua y produce una hinchazón irreversible la cual eventualmente incapacita,
En Colombia su preparación es ilegal, pero es una costumbre difícil de erradicar, debido a que ha estado en el menú indígena por cientos de años.
Doña Matilde a pesar de su vicio, fue una trabajadora incansable la cual a fuerza de vender tamales y guarapo, logro terminar la construcción de la casa que le dejo su marido, Don Horacio Parada.
Dicen que una vez llego la policía y que como locos buscaron el guarapo, pero que a pesar de sus esfuerzos no encontraron nada, desalentados se iban, pero antes de irse uno de los oficiales decidió lavarse las manos y cuando abrió el grifo, Gualaaa!!.. ¡Le salió el guarapo!.. Dicen que se llevaron a Doña Matilde presa, pero que pronto salió de la cárcel, pero que un poco adolorida porque se acostó con todos los de la policía, pero que diligente regreso a su casa para seguir vendiendo sus deliciosos tamales con guarapo.
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¡Qué cosas tiene la vida!.. Dijo aquel día Teresa la maní tiesa, se mata uno trabajando para adquirir casa y al final te mueres y te sacan de tu casa y te tiran en un hoyo, lejos del fruto de tantísimos esfuerzos.
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Doña Matilde dejo dos hijos, Sevelinda y Astanacio Parada, la pobre Sevelinda cuarentona, trabajadora incansable, enemiga del guarapo, dicen que nunca pudo conseguir marido por el lunar que tenía en la nariz y porque sus nalgas eran más grandes, cuadradas y planas que una mesa de billar, dicen que una vez casi se casa con un tal Carlos Sequeda pero que resolvieron no casarse por un problema con los apellidos, se rejuntaron porque según ellos se querían, pero la cosa no duro mucho, parece que el tal Carlos, estaba más interesado en los frutos monetarios de los tamales, que en el amor de la pobre Sevelinda.
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Astanacio era bobo, nunca aprendió a leer o a escribir, pero al morboso, “dicen” lo arrestaron dos veces por andar repitiendo las mismas palabras ¡señorita! ¿Le hago? nadie sabe donde las aprendió porque aparte de eso no decía mucho, pero lo único que todos sabían, era que a las señoritas que venían a comprar los tamales no les caía muy bien esa clase de preguntas.
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A las cinco de la mañana todo era bullicio en la casa, las luces prendidas, murmullos, Don Polonio el boticario y Don Sebastián de Alcántara, dueño de la funeraria, llegaron corriendo cuando les avisaron de la muerte de Doña Matilde, Sara la vecina y Adela la enfermera rezando, Astanacio excitado repitiendo sus palabras predilectas y la pobre Sevelinda matando pollos con los ojos empapados de lagrimas!!
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Poco a poco fue llegando la gente, con canastas de pan y bizcochuelos recién horneados, quesos, frutas y bocadillos de guayaba, vestidas de negro, las mujeres lloraban lagrimas de cocodrilo y uno a uno, abrazaron a Sevelinda y a Astanacio depositando dinero en sus manos, porque esta es la costumbre en los valles Araucanos, le dan dinero a los sobrevivientes y lloran lagrimas de cocodrilo.
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Entre sentidos pésames y abrazos transcurrió el día, por la noche el novenario y Doña Matilde fue enterrada al día siguiente, en el cementerio de las Carmelitas a las diez de la mañana.
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Entre la modorra, el calor y los mosquitos transcurrieron los meses, ahora embolillada de clientes, Sevelinda trabajaba más que nunca, remojando hojas de plátano, cocinando masa y haciendo tamales para satisfacer a una clientela que demandaba los mejores tamales en el departamento de Arauca y dicen que nunca quiso vender guarapo, porque según ella, no contaba con las cualidades de su madre, para evadir los avances de la policía.
La alegría de la navidad inundaba los hogares, el olor a café recién tostado, el olor a chocolate fresco y por supuesto se olían los esfuerzos de la tamalera Sevelinda Parada.
El nacimiento del niño Jesús y los regalos, inundaba de alegría el corazón de aquellos Colombianos.
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El único triste era Astanacio, solo y olvidado, entre el bullicio y el alboroto de los celebrantes, nadie le prestaba atención, pero alguien le dijo, ¡Feliz navidad Astanacio! y Astanacio dijo:
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Huuummm! ¡Feliz navidad, el día que se murió mi mama!
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Teresa la maní tiesa, interesada en el bobo Astanacio y un poco pasada de copas, le pidió en aquella noche Navideña “Que le hiciera” y el bobo, llevándose el dedo a los labios emitió un sonido bastante peculiar y simpático, Brrrrrrr.... El cual remato con una sonrisa triunfante y dijo:
¡Oiga!.. ¡Ya le hice!!.. ¿Le gusto?.
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Fabio A. Pabon M.